Recuerdos de un veraneante rosarino: el Dr. Roque A. Sanguinetti

Páginas Históricas de La Cumbre por Francisco Capdevila

El Dr. Roque A. Sanguinetti, un prestigioso abogado de la ciudad de Rosario (Santa Fe), por muchos años visitó La Cumbre. Lo unían lazos de familia pero además un acendrado cariño hacia este terruño cordobés, su relato despierta los recuerdos y toca las fibras del alma cuando rememora.

 

“Mi abuela Irene Barrera enviudó en 1953, y entonces, desde el verano del 54, fuimos a veranear a La Cumbre, en "Yatasco", la casa de mi tía Irene Sanguinetti, casada con José Luis Olivé, mi inolvidable tío Pepe”.

“Viajamos en tren desde Rosario hasta Córdoba y me acuerdo que llegamos a La Cumbre de noche en La Capillense, que con la Cotil eran las dos empresas de pequeños ómnibus que iban de Córdoba a las sierras: mi abuela Irene, su íntima amiga Mecha Cardoso Fragueiro, María Maldonado que era mucama de mi abuela pero que oficiaba también de niñera mía, y yo, que por esa época tenía 7 años”.

Acotando “Los baúles llegaron después, y mis padres días más tarde, en auto. Desde entonces pase los veranos allí hasta 1966, excepto en el año 1962, en que me enviaron a Europa, y mis padres siguieron yendo hasta 1988. ¡35 veranos seguidos!”.

“Después de 1966 volví bastantes veces, siempre por pocos días, hasta mediados de la década del 90, porque al morir mi tía la casa quedó para otra rama de la familia.”

En su relato puntualiza “los primeros años viajábamos en el antiguo Dodge azul que tenía mi padre y el trayecto duraba unas 12 horas, así que hacíamos noche en el viejo y grande hotel Palace de Villa María, que quedaba en el centro, frente a las vías. Recuerdo los silbatos de los trenes en la noche”.

Al recordar su rostro se ilumina y dice “después de diez años, visité La Cumbre en 2005, y vi que felizmente no ha cambiado tanto desde entonces”.

Aunque señala “en aquellos años había sí, muchos más serranos típicos, y también la plaza estaba llena, como todas las sierras, de burritos, caballos y sulkys que los serranos alquilaban”.

 

Recuerdos imborrables. De esos paseos en la infancia recuerda “mi abuela me regaló un burrito que compartía con mis dos hermanos, Cotyna y Pepo. Se llamaba Pancho y duró los dos primeros años, ya que un serrano que pasó frente a casa al fin del segundo verano, le ofreció a mi abuela cuidarlo hasta el año siguiente y se lo llevó, pero al serrano y a Pancho se los tragó la tierra y nunca más se supo. AI otro año yo miraba todos los burros por si veía al mío, pero nada. Qué habrá sido de Pancho, que nos despertaba alegremente con sus rebuznos, sucesor de Doña Petrona, la burrita de mi tío abuelo José Sanguinetti, a la que pintó Caraffa con el inconfundible perfil de las montañas de La Cumbre como fondo”.

“Por esos años – dice - nos llevaba a pasear en una especie de sulky jardinera don Pichone, un viejo italiano, ¿se escribiría Piccione?”, se pregunta intrigado Sanguinetti, “más adelante nos alquilaba caballos don Ponce, un criollo típico. Menos veces los alquilábamos a otra criolla morocha y muy brava, un tanto hombruna, que tenía su parada en la plaza y era una jinete formidable y muy conocida en el pueblo. Todo un personaje famoso de La Cumbre”.

”Ese primer verano me impresionó mucho la carrera de autos monoplaza que se hizo por las calles céntricas. El parque cerrado con los autos en fila, los ruidosos ensayos y por fin la carrera, que no me olvido ganó un corredor de apellido Caldara”.

Por muchos años los caseros de Yatasco fueron don Manuel Sigüenza y su mujer doña Josefa, “dos españoles excelentes. Él muy decidor y pintoresco. Josefa murió casi centenaria, cosa que no parece rara en La Cumbre, pueblo que debería figurar en algún libro Guiness de longevidad” pregona Sanguinetti.

Agregando “otros personajes infaltables eran Carlitos, el sodero que traía la soda Emiliozzi, lo recuerdo bajo, robusto, muy callado, peinado a la gomina y con total aspecto de alemán ¿quién no lo conocía?; Julio el cartero, que después fue barman de Toby's, y Pedro, flaco, morocho y con sombrero de paja, que llegaba con su triciclo cargado de diarios y dejaba La Capital y Los Principios, y a quien yo esperaba con especial ansiedad, porque además traía El Gráfico, Patoruzito y Billiken. También Reyna, el mecánico, que según me enteré pasó los cien años de edad, como buen cumbrense, y Julio Facundo Nuño, de antigua familia del lugar, que llamaba la atención con su larga barba, amigo de la  infancia mi padre”.

 

Paseos en las sierras. En esos cálidos veranos “nos bañábamos en la pileta del golf y pocas veces en El Chorrito, hasta que agrandaron el balneario y ya no era tan agreste. Tomábamos clases de natación en lo de Mr. Fischer, que quedaba en la zona situada abajo de Los Copihues. ¡Qué fría el agua!”.

“Acostumbrábamos – detalla - hacer picnic en Tiu Mayú, en Río Pinto y en otros sitios igualmente lindos y entonces totalmente solitarios. También hacíamos largas excursiones por los rudos caminos de entonces, hasta Ascochinga, Jesús María, Mina Clavero, subiendo por la hostería del Cóndor, La Candelaria, etc. Eran verdaderas travesías. Todos los años íbamos a Unquillo, pasando por el Pan de Azúcar, a la estancia Santa Rosa, de mi tío Florentino Sanguinetti, y también todos los años ellos hacíamos el cruce para participar de la misa en memoria de nuestros tíos abuelos José y Mercedes, gracias a quienes mi familia tenía estas casas: Gloria, que alquilaba la familia Vidal Roca, Yatasco y El Cigarral”. Recalca que “Gloria y Yatasco eran lindantes y parecidas, y un pariente nuestro se equivocó, entró en Gloria y se sentó bajo los pinos a leer. Nosotros lo mirábamos desde nuestra casa muertos de risa”.

Evocando “que otra excursión infaltable y repetida era a "El Chorrito" adonde mi padre nos llevaba con varias damajuanas y las cargaba con el agua de esa vertiente, porque decían que era muy benéfica. Alguna gente hacía lo mismo y nosotros tomábamos sólo esa agua: Todavía siento el aroma de "El Chorrito"; hecho de la humedad del río y de los mimbres”.

Con una sonrisa rememora que “una vez por año, casi hasta mi adolescencia, mi madre nos hacía subir al Cristo, haciéndonos rezar todo el vía crucis a nosotros tres. Esto me resultaba entonces un poco pesado pero ahora lo recuerdo con gran ternura”.

“Íbamos a misa a El Carmen y pocas veces a la capilla de San Roque. Las campanas repicaban llamando a cada misa. Me acuerdo de los padres capuchinos, con sus hábitos pardos, sus barbas y sus sandalias, que andaban en un viejo Chevrolet negro, y de las hermanas con hábitos talares azules, que eran bastante numerosas” y vuelve a preguntarse “¡quizás porque era verano y algunas pasarían sus vacaciones allí! Prefiero creer esto y no que su número y las vocaciones hayan disminuido”, se preocupa frunciendo el ceño.

Agregando “había una chica pelirroja y muy moderna entonces, que andaba siempre en una motoneta, y después no se la vio más porque entró de monja, cosa que asombró”.

Nuevamente sonríe y cuenta “aún oigo a un padre español diciendo en el sermón "hay que formar", "hay que formar". Yo creía que eso significaba que había que formar espiritualmente al pueblo, pero no. Me explicaron que lo que quería decir con eso era que había que juntar plata, para pagar el Cristo en construcción. Mi tío Pepe después lo imitaba: "hay que formáa"; "hay que formáa", con acento gallego”.

 

Raudales de anécdotas. Sus recuerdos de La Cumbre, se entremezclan y se acomodan y pronto aparecen como un desfile de anécdotas, lugares y hechos, y casi monologando con la mirada puesta en el horizonte de sierras dice “había avionetas que hacían vuelos de bautismo. Mi inefable niñera María dijo que no quería morirse sin andar en avión y fue. Volvió descompuesta y aterrorizada”.

”De chicos nuestros lugares favoritos eran la juguetería Ghione; la heladería "Fraser's Corner" del inglés Mr. Fraser, con su helados "Laponia", hombre muy serio que nunca se reía; y que con su alta esposa tenían este negocio y al lado uno de artículos regionales llamado Cantón, en la esquina frente al cine "Societá Italiana e Progenie"; y la casa de alfajores San Roque, en la calle 25 de Mayo, junto al correo, con sus colaciones y sus exquisitas "coquillas" o "conquillas", que con gran alegría pude probar nuevamente el año pasado, siendo atendido por la misma dueña de siempre, a quien le conté que iba allí desde 1954”.

”Los olores y los gustos, como la música, tienen la rara virtud de despertar recuerdos que creíamos olvidados. La rival de San Roque era la casa March, en la calle Rivadavia, que hacía ricos alfajores bañados en chocolate. ¡Hoy ya no existe!”.

”Otra casa de artículos regionales era la "Exposición Indígena Serrana", cruzando el río hacia el Cristo, que tenía como atracción una gigantesca tortuga embalsamada”.

”Todavía se podía ver a ingleses, la mayoría ancianos, que paseaban caminando. Me acuerdo de una pareja de viejitos ingleses que vivían en Villa del Carmen, casi frente a casa, con su perrito terrier negro”.

”Otros paseos favoritos cuando chicos eran ir a La Falda a comer picadas y al hotel El Descanso de Los Cocos, con sus estatuas, su laberinto y sus espejos deformantes. Mis padres y mis tíos iban a veces a comer a Juva, frente al hotel Palace, y otras a Tina, en Thea, que hacía unas ranas muy ricas”.

”Las compras de almacén se hacían en Catalano, frente al banco, o en La Feria, de calle Rivadavia, y buscábamos el pan en la panadería Santa Rosa, cerca de la estación, o. en Bárcena, cruzando apenas el río hacia Cruz Chica, que hacía un pan riquísimo en forma de flor”.

”Estaba la casa de ramos generales Carignani, en cuyo frente se leía: "Pilade Carignani e Hijos". Mecha Cardoso volvió un día del centro y dijo que había estado haciendo compras "en lo de la viuda". Mi padre le preguntó: ¿dónde?, y ella contestó "en lo de la viuda de Carignani". Mi padre, riéndose mucho, le tuvo que explicar que no se trataba de una señora llamada "Pila", sino de un señor italiano que llevaba el curioso nombre de "Pilade".

”Las farmacias eran Ochonga, Brusa y Garaventa”.

”El dentista de La Cumbre se llamaba Prestofelippo, y el médico que iba siempre a casa a atender a mi abuela era el Dr. Pavón, toda una personalidad, y después el Dr. Vignaroli”.

”Los veraneos eran largos. Cuando mi padre se volvía a Rosario en febrero, íbamos con mi madre a hablarlo por teléfono a la Unión Telefónica. Casi siempre había "demora" y las empleadas, con auriculares, sacaban y enchufaban constantemente unos cables sobre un tablero. Se comunicaban con otras centrales y, aunque han pasado cincuenta años, aún parece que las oigo decir repetidamente: "La Cumbre, ¿hablaron?". Después tuvimos teléfono en casa”.

”Las tiendas favoritas de mi madre eran Cardón y Vogue, ambas en Belgrano, la calle del cine, y también estaban Santa Teresita, La Peneda, Gait y La Gran Aldea, esta última en el cruce de esa calle con 25 de Mayo, con forma de torre, y que después se convirtió en un muy lindo pub”.

”Y siempre como fondo del centro de La Cumbre recuerdo los altoparlantes que pasaban música y publicidad, la que siempre terminaba con la voz femenina diciendo la frase: "Fotooo Riiíos".

”El cine "Societá Italiana", con asientos de madera, llamaba a sus funciones con una sirena que se oía desde lejos. Más adelante hubo otro cine, el Odeón, en la calle paralela a la de la estación, pero no duró muchos años. En éste actuaron dos años seguidos Los Chalchaleros a principios de la década del 60, con gran éxito. Era la época del folklore y había frecuentes guitarreadas en las casas”.

”También me acuerdo que cantó Palito Ortega en la "Biblioteca y Club Deportivo La Cumbre" que estaba en calle Deán Funes y fue todo el pueblo a verlo”.

”Me cortaba el pelo al principio un peluquero de apellido Mercado y después otro que se llamaba Roberto, de bigote finito, muy delicado y formal, a quien mi tío Pepe bautizó "Tintoretto" por el tornasolado teñido de pelo que usaba. Recuerdo que en la década del 80 fui a buscar a mi padre, a quien le manejaba el auto en esos últimos viajes, y estaba triste al haberse enterado de la muerte de "Tintoretto", quien lo había atendido durante tantos años”.

 

Aventuras juveniles. ”A1 final de la secundaria, solía ir con grupos de amigos a El Cigarral, que era de otro tío, en las vacaciones de invierno. Comíamos en el restaurante La Perla, que quedaba en la Avda. Caraffa, frente a la estación (esto cuando no salíamos a robar gallinas, que fueron las más ricas que comí en mi vida). Una noche fuimos todos presos, pero no por el motivo anterior como hubiera correspondido, sino por pasar cantando en grupo a la madrugada frente a la comisaría. También fuimos a La Cumbre cuando nevó en 1965 y en 1973. Maravilloso llegar y ver las sierras teñidas de blanco”.

”En esa época, en verano, íbamos a bailar a Toby's, que creo que aún funciona, el lugar bailable más antiguo de la Argentina. La música era preferentemente romántica, y si oigo a Eyddie Gormé con el Trío Los Panchos me viene inmediatamente el recuerdo de Toby's. Tenía una pantalla en la que todos escribíamos y que el dueño cambiaba cada año y las coleccionaba. ~, Todavía existirán? Si es así, allí estarán grabados todos los romances de La Cumbre en la década del 60. También íbamos a veces a bailar a El Toboso, frente a las vías al inicio de calle Rivadavia, allí con las chicas del pueblo, y al Automóvil Club de la Falda. Yendo una noche en 1965 al Automóvil Club volcamos en Huerta Grande con la Estanciera de mi padre que quedó destrozada y atravesada por hierros. A la madrugada apareció mi padre a quien yo le había dicho por teléfono que la estanciera "se había salido del camino". Todavía oigo la voz de mi padre diciéndome "cariñosamente" desde arriba del camino: "crápula", mientras allá abajo yo trataba de acomodar los restos de su auto. Los tres que íbamos salimos ilesos y esto fue un verdadero milagro, que mi madre atribuyó a sus frecuentes oraciones”.

”Varias veces hubo grescas juveniles entre cordobeses y rosarinos. Involuntariamente y con suerte me tocó protagonizar una. En un descanso de la "colimba" me fui por cuatro días a La Cumbre ¡me acuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas mirando el atardecer!. Estaba en Fraser 's comiendo un helado cuando un muchacho cordobés que estaba borracho me provocó golpeándome la espalda. Me di vuelta y lo senté de un puñetazo, pero él me dijo "disfrutá mucho hooy porque es tu últimaa noche, mañana te esperoo aquí", besando los dedos en cruz. Al atardecer del día siguiente me había olvidado del asunto y volví a Fraser 's, pero cuando llego me encuentro con muchísimos jóvenes en la puerta. Resulta que el cordobés se había ido con toda su barra para darme una paliza y los muchos rosarinos que estaban en La Cumbre se enteraron y también se habían juntado. De pronto sale de esa muchedumbre el cordobés y me dice: "aa vos te eestaba espeerando". Caminamos los dos delante de todos y nos enfrentamos en la cortada que está atrás de la estación de servicio. Tuve la suerte de ganarle y voltearlo dos veces. A1 final salió disparando y mis amigos me sacaron en andas”.

”Otra noche de invierno nos enfrentamos en la puerta de El Cigarral un grupo de rosarinos con otro de cordobeses que nos venían siguiendo. Pero lo resolvimos como los Horacios y los Curiáceos: cada grupo eligió al más fuerte y los dos representantes se enfrentaron. El nuestro le ganó por knock out al morrudo cordobés, y terminamos todos, cordobeses y rosarinos, reconciliándonos y tomando vino juntos. Hubo otras anécdotas parecidas...”.

”De principios de los sesenta recuerdo los torneos golfísticos con el inevitable duelo entre esos dos grandes jugadores que fueron Fidel De Luca y Leopoldo Ruiz, a quienes seguíamos religiosamente”.

”En 1968 nos fuimos a La Cumbre desde Rosario, con mi amigo Gustavo Amuchástegui en mi Fiat 520 descapotable modelo del año 1928, una verdadera reliquia, a la vertiginosa velocidad de 40 Km. por hora”.

”Me tocó también ver la llegada el hombre a la luna un invierno de 1969 en el televisor del Hotel Palace. Después salimos afuera y mirábamos la luna, pensando que esos hombres estaban allá”.

”En 1971 fui por dos días a llevar a mis padres y me quedé una semana, porque me enamoré un poco de una chica, María José Baca Castex, ya fallecida, cuya numerosa familia veraneaba por años en El Cigarral. En esa oportunidad conocimos a Manucho Mujica Lainez, quien una noche nos invitó a su casa El Paraíso. Estaba vestido de negro, con una capa que se quitó, bastón y monóculo, y parado en el centro de su sala, nos recitó al grupo de jóvenes el poema "El Grillo" de Nalé Roxlo. Una escena teatral y para nosotros inolvidable, pero quién podría olvidar ese momento y la fina voz de Manucho recitando: "Música porque sí, música vana...". Días después estábamos en la calle techada de Capilla del Monte y se aparece Manucho con un amigo y nos dice "¿qué hacen ustedes en un lugar tan absurdo como éste?".

   Tiene tanto de vos... El Dr. Sanguinetti mira fijo el pocillo de café y desgrana con nostalgia “estos son recuerdos varios que podrían extenderse, pero, ¿cómo transmitir los olores a pino a poleo y a peperina, y el gusto de las ciruelas?. Siempre con un fondo: La Cumbre, este lugar único e inolvidable, y su buena gente”.

Agregando “trabajando en la década del 70 en la Universidad de Rosario charlábamos con varios abogados acerca de lugares de Europa, y el ordenanza. que nos servía café, de apellido Peralta, nos dijo: "Todo eso será muy lindo, pero no se puede comparar con mi pueblo”. Quizás en forma un poco sobradora le pregunté: Ah sí, y ¿cuál es su pueblo?. Cuando contestó: La Cumbre; le di la razón y lo abracé muy fuerte”.

Sus ojos se empañan cuando pregunto, ¿Cómo definiría a La Cumbre?. Y él dice “en 1992 escribí este pequeño poema, dedicado a nuestra casa, y creyendo decir lo que siente alguien que ha veraneado de chico en La Cumbre: "Yatasco" / El pino nuestro que te identifica, / la escalera de piedra, / el vitral, la galería. / El aire, que siempre huele a infancia, / cada cosa, / una vieja conocida. / De "El Cigarral" al fondo, la montaña, / y el horizonte pétreo / hacia Cruz Chica. / El cielo de La Cumbre, / tanto cielo, / en la noche y el día. / Aquí a veces tengo quince años, / y otras veces / siento el paso de la vida. / "Yatasco" tan llena de recuerdos, / tiene mucho de vos / el alma mía.

La tarde ya es una reminiscencia lejana, una luna llena el vasto cielo y el viento de la sierra no sólo acuna la fronda sino tal vez los recuerdos de un veraneante, que se repite en cientos y miles de almas que transitaron los caminos de La Cumbre.

 Francisco Capdevila para Canal 11 La Cumbre  

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