¿Quién mató a la política en Córdoba?
Córdoba ha perdido terreno en su influencia política.
Una frase anónima sostiene que “un político cansado de la comunicación es un político cansado de la política”. Por ello, trabajando desde las perspectivas académica y profesional en cuestiones de comunicación política,
no me asusta que la política tenga un montaje comunicacional y mediático, ni que la complejidad del día a día sea un fuerte condicionante al que están compelidos los actores públicos.
Pero quisiera en esta oportunidad reflexionar respecto de la siguiente cuestión: ¿cuándo entendemos que un político o una gestión es exitosa en América latina? Es cuando las acciones cotidianas del desempeño se aproximan al “proyecto general” o “mito de gobierno”. Es cuando la implementación de las políticas públicas (o la crítica a ellas, si se habla desde la oposición), tiene un todo que ver –y además son contributivas– con el rumbo político deseado. Ahí aparecen, de un lado y del otro, Álvaro Uribe, en Colombia, y Luis Inácio Lula Da Silva, en Brasil, como ejemplos de gestiones exitosas a escala presidencial, por derecha y por izquierda, ninguno exento de enormes polémicas en sus respectivos países.
Pero muchos entienden que gestión (incluyendo la gestión de la oposición) es gestionar lo que se pueda, lo que salga. Hacer, hacer y hacer sin que exista plena coherencia entre medios y fines. La intrascendencia, el rumbo azaroso y los desvíos constantes, son los ejemplos de gestión pura y esos ejemplos dominaron la Córdoba de estos últimos tiempos.
El gobierno de José Manuel de la Sota prometió un “Modelo Córdoba”. Podrá o no coincidir con el gusto de muchos, pero fue algo muy destacado tener ese esquema propositivo como plataforma electoral. Pues bien, haga el esfuerzo el lector de conseguir esa publicación y compruebe que poco de ello se cumplió. Lo recordaré: privatización de la Epec y del Banco de la Provincia de Córdoba, tercerización del cobro de impuestos, aplicación de la ley Carta del Ciudadano y Ley de Regionalización. Casi todo quedó a la deriva. Pero lo curioso es que hasta el día de hoy no hay ningún proyecto alternativo. Ninguno.
Muchos políticos tienen una visión comarcal, doméstica y hasta endogámica respecto de Córdoba. Me contaba un ex vicealcalde de una importante ciudad latinoamericana que, en ocho años de gestión, la única ciudad de gran escala con la que no pudo concretar un proceso de hermanamiento, especialmente para dialogar frente a problemáticas comunes, fue Córdoba. Es una muestra de nuestro ensimismamiento.
Dónde estamos. Es bueno comparar los estándares actuales de nuestra provincia o nuestras ciudades respecto de otros lugares. Sabemos del híper promocionado caso de Rosario; pero vean provincias, estados o ciudades de América latina (para hacer la comparación más amplia) y se sorprenderán. El estado de Jalisco, en México, la ciudad de Guayaquil, en Ecuador, la región de Atacama, en Chile, el distrito de Lima, en Perú. Todos están creciendo con rumbo, aun con polémicas en su avance.
Haga una encuesta o pregúntese el lector ¿qué le quedó de la campaña electoral de Juan Schiaretti, Luis Juez o Mario Negri? Es más, olvídese de la campaña y piense en qué es lo más destacable de proyectos iniciados o que cristalizarán desde las voces en el mediano plazo. Recuerde qué gran política está en boca de los principales funcionarios. No recuerdo temas, al menos espontáneamente. Es sencillo: el cortoplacismo es asfixiante. Y cuando aparecen los grandes temas, ahí también aparece la oposición para corroer cuanto intento de transformación surja, apelando no al debate, sino al bloqueo o la descalificación en cuanto pueda.
Los oficialismos suelen pecar de pícaros, corruptos o –al menos– de torpes. Pero también hay que reconocer que a la oposición no le interesa el consenso en lo más mínimo y poco favor le hace a la construcción o al debate de ideas.
Reforma política. Todo es sospechado previamente. Todo es puesto en jaque por las dudas. A quienes fuimos miembros de la Comisión Consultiva de Expertos para la Reforma Política, se nos denigró desde la oposición cuando fuimos convocados por el gobernador Schiaretti. Luego, sin leer el informe, pero leyendo los titulares de periódicos, resulta que dejamos de ser de un día para el otro “empleados”, “títeres” o “mercenarios” del gobernador sólo porque lo que dictaminamos tenía que ver con la unánime recomendación sobre la reforma de la Constitución que, pareciera, les servía a quienes nos criticaron.
Control, crítica, explicación y alternativa, conforman el cuarteto de oro de una oposición sólida. Sin embargo hay dos tipos de oposición. Una que actúa a la ofensiva, con dardos de “visibilidad”, y otra que actúa tardíamente, con antídotos de “identidad”. Una actúa antes, otra llega siempre tarde. Lo cierto es que ninguna de estas dos categorías representan a un solo partido, sino a muchos o a sus facciones internas. Pero en cualquiera de las categorías que cada partido quiera ubicarse, se puede analizar el comportamiento: incoherencias a gusto, repentización en sus actos, improvisación furtiva, falta de alternativas de políticas públicas, descalificación del adversario interno y externo, entre otros.
Se festejan los pactos espurios (como la elección del defensor del Pueblo). Se festeja cuando el oficialismo se pone de rodillas, se festeja aun a costa de ser absolutamente contradictorio con lo hecho, actuado o propuesto con anterioridad. Se denuncia una supuesta privatización de los bienes públicos, cuando antes se ha realizado un nombramiento de cuatro mil agentes constituyendo una de las transferencias más groseras de lo público en beneficio de unos pocos: estructura partidaria y sindicato.
Lo más curioso es que con la ruptura del sistema de partidos, muchas de las oposiciones a los oficialismos, están, curiosamente, dentro de los bloques oficialistas.
Vayan pues tres máximas sobre la oposición (que no se cumplen en Córdoba):
Ninguna oposición puede ser antagonista pura (adversary), y está en su deber el ayudar a generar políticas de Estado.
La identidad del partido debe confundirse necesariamente con la identidad del líder o los líderes (pero ello no conlleva la idea de que los líderes se confundan con ello).
Hay que ser moderado con las expectativas si se cree que se ganará.
Campañas negativas. En sistemas pluripartidistas la diferenciación externa es clave. Ello implica que el principal incentivo para sobrevivir es ser diferente del otro y ello mata la vida de las alianzas o de los partidos que no tienen mecanismos aceitados de democracia interna. Conclusión: mata todo lo partidario.
Vaya además un consejo profesional a quienes les guste realizar campaña negativa: que la hagan porque son altamente efectivas y aumentan el debate cívico en torno de los grandes temas (ver toda la batería de argumentos centrados en la negatividad desde el discurso de Obama). Pero sepan que es mucho más efectiva cuando trabaja sobre las políticas o los perfiles del gestor deseado, que sobre las personas y su honorabilidad.
Córdoba asiste apabullada a descalificaciones mutuas que nada tienen que envidiarles a posturas seudo fascistas por la ciega sumisión a la voluntad, a la acción y con lógica victimista que conduce a la violencia (verbal en este caso) contra aquellos a los que se define como enemigos.
Por todo ello es que Córdoba debe estremecerse con un reacomodo del sistema de partidos. Jironeada en lo local y llevada de frunces desde la Nación, ninguno (digo ninguno de los partidos medianos o grandes) tiene una identidad ideológica definida. Creo que pocos tomaron nota del impactante dato respecto de que 94 por ciento de los cordobeses confía poco o nada de los partidos políticos. No es ello una sentencia de muerte; es la muerte misma de los partidos.
Empezar de nuevo. Debe nacer un nuevo sistema de partidos. Deben crujir las estructuras y producir mucho ruido y discusión. Por suerte, en un sistema de partidos roto, el transfuguismo no genera sanciones masivas (preguntarle a Julio Cobos ante la duda). Deben reagruparse las ideas y luego las personas. Y en este sentido, a futuro tanto habrá que endilgarles a los oficialismos, como a la responsabilidad enorme que las oposiciones están teniendo en estos momentos.
Con motivo de la discusión abierta a partir de la difusión del proyecto oficial para la construcción de un centro cívico, en los predios que ocupa la Casa de Gobierno, he leído propuestas grandilocuentes. Una de ellas propone transferir los terrenos a las universidades. Me encantaría esta opción, pero si tiene como condición que esas aulas vengan repletas de muchos políticos que tengan ganas de aprender civismo, de politizar la vida pública, en el mejor sentido de la expresión, para que exista una profusa deliberación pública sobre los rumbos deseados y no sólo reaccionar frente a lo actuado.
El mejor homenaje que algunos políticos o políticas podrían hacer, es acercarse a la academia y no creer que la oferta académica se reduce a aulas. Se necesita que los políticos escuchen, estudien y dialoguen. Que fomenten la articulación entre la academia y la política.
A los políticos que tanto les gusta la obra pública, espero que no se olviden de una –aun en una provincia mediterránea–: la de “construir puentes para el diálogo”. Con un sistema de partidos roto –y el de Córdoba está descuajeringado–, construir puentes es una necesidad. Luego no hay vuelta atrás y uno es preso de sus exabruptos circunstanciales.
Córdoba no aparece más en los medios nacionales, ha perdido terreno en su influencia política. En verdad que no sé quién mató a la política en Córdoba. Tampoco sé si va a revivir. Pero es necesario que cobre notoriedad por las buenas cosas. Que exista más respeto entre la dirigencia. Las conductas ejemplares anteceden a las buenas instituciones y éstas son buenos cimientos para que Córdoba renazca políticamente.
© La Voz del Interior
Pero quisiera en esta oportunidad reflexionar respecto de la siguiente cuestión: ¿cuándo entendemos que un político o una gestión es exitosa en América latina? Es cuando las acciones cotidianas del desempeño se aproximan al “proyecto general” o “mito de gobierno”. Es cuando la implementación de las políticas públicas (o la crítica a ellas, si se habla desde la oposición), tiene un todo que ver –y además son contributivas– con el rumbo político deseado. Ahí aparecen, de un lado y del otro, Álvaro Uribe, en Colombia, y Luis Inácio Lula Da Silva, en Brasil, como ejemplos de gestiones exitosas a escala presidencial, por derecha y por izquierda, ninguno exento de enormes polémicas en sus respectivos países.
Pero muchos entienden que gestión (incluyendo la gestión de la oposición) es gestionar lo que se pueda, lo que salga. Hacer, hacer y hacer sin que exista plena coherencia entre medios y fines. La intrascendencia, el rumbo azaroso y los desvíos constantes, son los ejemplos de gestión pura y esos ejemplos dominaron la Córdoba de estos últimos tiempos.
El gobierno de José Manuel de la Sota prometió un “Modelo Córdoba”. Podrá o no coincidir con el gusto de muchos, pero fue algo muy destacado tener ese esquema propositivo como plataforma electoral. Pues bien, haga el esfuerzo el lector de conseguir esa publicación y compruebe que poco de ello se cumplió. Lo recordaré: privatización de la Epec y del Banco de la Provincia de Córdoba, tercerización del cobro de impuestos, aplicación de la ley Carta del Ciudadano y Ley de Regionalización. Casi todo quedó a la deriva. Pero lo curioso es que hasta el día de hoy no hay ningún proyecto alternativo. Ninguno.
Muchos políticos tienen una visión comarcal, doméstica y hasta endogámica respecto de Córdoba. Me contaba un ex vicealcalde de una importante ciudad latinoamericana que, en ocho años de gestión, la única ciudad de gran escala con la que no pudo concretar un proceso de hermanamiento, especialmente para dialogar frente a problemáticas comunes, fue Córdoba. Es una muestra de nuestro ensimismamiento.
Dónde estamos. Es bueno comparar los estándares actuales de nuestra provincia o nuestras ciudades respecto de otros lugares. Sabemos del híper promocionado caso de Rosario; pero vean provincias, estados o ciudades de América latina (para hacer la comparación más amplia) y se sorprenderán. El estado de Jalisco, en México, la ciudad de Guayaquil, en Ecuador, la región de Atacama, en Chile, el distrito de Lima, en Perú. Todos están creciendo con rumbo, aun con polémicas en su avance.
Haga una encuesta o pregúntese el lector ¿qué le quedó de la campaña electoral de Juan Schiaretti, Luis Juez o Mario Negri? Es más, olvídese de la campaña y piense en qué es lo más destacable de proyectos iniciados o que cristalizarán desde las voces en el mediano plazo. Recuerde qué gran política está en boca de los principales funcionarios. No recuerdo temas, al menos espontáneamente. Es sencillo: el cortoplacismo es asfixiante. Y cuando aparecen los grandes temas, ahí también aparece la oposición para corroer cuanto intento de transformación surja, apelando no al debate, sino al bloqueo o la descalificación en cuanto pueda.
Los oficialismos suelen pecar de pícaros, corruptos o –al menos– de torpes. Pero también hay que reconocer que a la oposición no le interesa el consenso en lo más mínimo y poco favor le hace a la construcción o al debate de ideas.
Reforma política. Todo es sospechado previamente. Todo es puesto en jaque por las dudas. A quienes fuimos miembros de la Comisión Consultiva de Expertos para la Reforma Política, se nos denigró desde la oposición cuando fuimos convocados por el gobernador Schiaretti. Luego, sin leer el informe, pero leyendo los titulares de periódicos, resulta que dejamos de ser de un día para el otro “empleados”, “títeres” o “mercenarios” del gobernador sólo porque lo que dictaminamos tenía que ver con la unánime recomendación sobre la reforma de la Constitución que, pareciera, les servía a quienes nos criticaron.
Control, crítica, explicación y alternativa, conforman el cuarteto de oro de una oposición sólida. Sin embargo hay dos tipos de oposición. Una que actúa a la ofensiva, con dardos de “visibilidad”, y otra que actúa tardíamente, con antídotos de “identidad”. Una actúa antes, otra llega siempre tarde. Lo cierto es que ninguna de estas dos categorías representan a un solo partido, sino a muchos o a sus facciones internas. Pero en cualquiera de las categorías que cada partido quiera ubicarse, se puede analizar el comportamiento: incoherencias a gusto, repentización en sus actos, improvisación furtiva, falta de alternativas de políticas públicas, descalificación del adversario interno y externo, entre otros.
Se festejan los pactos espurios (como la elección del defensor del Pueblo). Se festeja cuando el oficialismo se pone de rodillas, se festeja aun a costa de ser absolutamente contradictorio con lo hecho, actuado o propuesto con anterioridad. Se denuncia una supuesta privatización de los bienes públicos, cuando antes se ha realizado un nombramiento de cuatro mil agentes constituyendo una de las transferencias más groseras de lo público en beneficio de unos pocos: estructura partidaria y sindicato.
Lo más curioso es que con la ruptura del sistema de partidos, muchas de las oposiciones a los oficialismos, están, curiosamente, dentro de los bloques oficialistas.
Vayan pues tres máximas sobre la oposición (que no se cumplen en Córdoba):
Ninguna oposición puede ser antagonista pura (adversary), y está en su deber el ayudar a generar políticas de Estado.
La identidad del partido debe confundirse necesariamente con la identidad del líder o los líderes (pero ello no conlleva la idea de que los líderes se confundan con ello).
Hay que ser moderado con las expectativas si se cree que se ganará.
Campañas negativas. En sistemas pluripartidistas la diferenciación externa es clave. Ello implica que el principal incentivo para sobrevivir es ser diferente del otro y ello mata la vida de las alianzas o de los partidos que no tienen mecanismos aceitados de democracia interna. Conclusión: mata todo lo partidario.
Vaya además un consejo profesional a quienes les guste realizar campaña negativa: que la hagan porque son altamente efectivas y aumentan el debate cívico en torno de los grandes temas (ver toda la batería de argumentos centrados en la negatividad desde el discurso de Obama). Pero sepan que es mucho más efectiva cuando trabaja sobre las políticas o los perfiles del gestor deseado, que sobre las personas y su honorabilidad.
Córdoba asiste apabullada a descalificaciones mutuas que nada tienen que envidiarles a posturas seudo fascistas por la ciega sumisión a la voluntad, a la acción y con lógica victimista que conduce a la violencia (verbal en este caso) contra aquellos a los que se define como enemigos.
Por todo ello es que Córdoba debe estremecerse con un reacomodo del sistema de partidos. Jironeada en lo local y llevada de frunces desde la Nación, ninguno (digo ninguno de los partidos medianos o grandes) tiene una identidad ideológica definida. Creo que pocos tomaron nota del impactante dato respecto de que 94 por ciento de los cordobeses confía poco o nada de los partidos políticos. No es ello una sentencia de muerte; es la muerte misma de los partidos.
Empezar de nuevo. Debe nacer un nuevo sistema de partidos. Deben crujir las estructuras y producir mucho ruido y discusión. Por suerte, en un sistema de partidos roto, el transfuguismo no genera sanciones masivas (preguntarle a Julio Cobos ante la duda). Deben reagruparse las ideas y luego las personas. Y en este sentido, a futuro tanto habrá que endilgarles a los oficialismos, como a la responsabilidad enorme que las oposiciones están teniendo en estos momentos.
Con motivo de la discusión abierta a partir de la difusión del proyecto oficial para la construcción de un centro cívico, en los predios que ocupa la Casa de Gobierno, he leído propuestas grandilocuentes. Una de ellas propone transferir los terrenos a las universidades. Me encantaría esta opción, pero si tiene como condición que esas aulas vengan repletas de muchos políticos que tengan ganas de aprender civismo, de politizar la vida pública, en el mejor sentido de la expresión, para que exista una profusa deliberación pública sobre los rumbos deseados y no sólo reaccionar frente a lo actuado.
El mejor homenaje que algunos políticos o políticas podrían hacer, es acercarse a la academia y no creer que la oferta académica se reduce a aulas. Se necesita que los políticos escuchen, estudien y dialoguen. Que fomenten la articulación entre la academia y la política.
A los políticos que tanto les gusta la obra pública, espero que no se olviden de una –aun en una provincia mediterránea–: la de “construir puentes para el diálogo”. Con un sistema de partidos roto –y el de Córdoba está descuajeringado–, construir puentes es una necesidad. Luego no hay vuelta atrás y uno es preso de sus exabruptos circunstanciales.
Córdoba no aparece más en los medios nacionales, ha perdido terreno en su influencia política. En verdad que no sé quién mató a la política en Córdoba. Tampoco sé si va a revivir. Pero es necesario que cobre notoriedad por las buenas cosas. Que exista más respeto entre la dirigencia. Las conductas ejemplares anteceden a las buenas instituciones y éstas son buenos cimientos para que Córdoba renazca políticamente.
© La Voz del Interior
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