36º aniversario de la desaparición física de Perón

Mensaje a los jóvenes del año 2000

La Juventud argentina del año 2000 querrá volver sus ojos hacia el pasado y exigir a la historia una rendición de cuentas, encaminada a enjuiciar el uso que los gobernantes de todos los tiempos han hecho del sagrado depósito que en sus manos fueron poniendo las generaciones precedentes

y también si sus actos y sus doctrinas fueron suficientes para llevar el bienestar a sus pueblos y para conseguir la paz entre las naciones.

Por desgracia para nosotros, ese balance no nos ha sido nada favorable. Anticipémonos a él, para que conste al menos nuestra buena fe y confesemos lealmente que ni los rectores de los pueblos ni las masas regidas han sido lograr el camino de la felicidad individual y colectiva.

En el transcurso de los siglos, hemos progresado de manera gigantesca en el orden material y científico, y si cada día se avanza en la limitación del dolor, es solamente en su aspecto físico, porque en el moral el camino recorrido ha sido pequeño.

El egoísmo ha regido muchas veces los actos de gobierno y no es el amor prójimo, ni siquiera la comprensión o la tolerancia, lo que mueve las determinaciones humanas.

Esa acusación resulta aplicable tanto a los pueblos como a los individuos. Cierto es que en unos y en otros se dan ejemplos de altruismo, pero como hechos aislados de poca o ninguna influencia en la marcha de la humanidad. Es cierto que en ocasiones parece que se ha dado un gran impulso a favor de los nobles ideales y de las causas justas, pero la realidad nos llama a sí y nos hace ver que todo era una ilusión. Apenas terminada una guerra, ponemos nuestras esperanzas en que ha de ser la última, porque las diferencias entre las naciones se han de resolver por las vías del derecho aplicado por los organismos internacionales. Pocos años bastan para demostrarnos con un conflicto bélico de mayores proporciones el tremendo error en que habíamos caído. Hasta el aspecto caballeresco de las batallas se ha perdido y hoy vemos con el corazón empedernido cómo, al cabo de veinte siglos de civilización cristiana, caen en la lucha niños, mujeres y ancianos.

Apenas un conflicto social ha sido resuelto, vemos asomar otro de más grandes proporciones, no siempre solucionados por las vías de la inteligencia y de la armonía, sino por la coacción estatal o de las propias partes contendientes más fuertes, no el de mejor derecho.

Frente a esta lamentable realidad, ¿de qué han servido las doctrinas políticas, las teorías económicas y las lucubraciones sociales? Ni las democracias, ni las tiranías, ni los empirismos antiguos, ni los conceptos modernos han sido suficientes para aquietar las pasiones o para coordinar los anhelos.

La libertad misma queda limitada a una hermosa palabra de muy escaso contenido, pues cada cual la entiende y la aplica en su propio beneficio. El capitalismo se vale de ella, no para elevar la condición de los trabajadores procurando su bienestar, sino para deprimirles y explotarlos. Los poseedores de la riqueza no quieren compartirla con los desposeídos, sino aceptarla y monopolizarla. E inversamente, los falsos apóstoles del proletariado quieren la libertad, más para usar como un arma en la lucha de clases que para obtener lo que sus reivindicaciones tengan de justas.

No ha empezado a alborear el liberalismo económico, cuando para impedir sus abusos tiene el Estado que iniciar una intervención cada día más intensa a fin de evitar el daño entre las partes y el daño a la colectividad. Pero tampoco su intervencionismo constituye remedio eficaz, porque o es partidista o trata de anular las libertades individuales y con ellas a la propia persona humana.

El mundo ha fracasado. Más este fracaso ¿será tan absoluto que no deje un mínimo resquicio a la esperanza? Posiblemente podamos mantener l optimismo con la ilusión de que el avance de la humanidad hacia su bienestar es tan lento que no lo percibimos, pero de cada evolución queda una partícula aprovechable para el mejor desarrollo de la humanidad. El avance es invisible y está oculto por sus propios vicios, a que antes he aludido, pero no por eso deja de existir.

Se haría más perceptible si cada uno de nosotros se despojase de algo propio en beneficio de sus semejantes, si tratase de dirimir las disputas con la razón y no con la violencia. Dentro de mis posibilidades, así he procurado hacerla, y en este sentido he orientado mi labor de gobernante. Válgame por lo menos la intención, y sea ella la que juzguen y valoren mis críticos del porvenir.

La humanidad debe comprender que hay que formar una juventud inspirada en otros sentimientos, que sea capaz de realizar lo que nosotros no hemos sido capaces. Esa es la verdad, es la amarga verdad que la humanidad ha vivido y también la verdad más grande que en estos tiempos debemos sustentar sin egoísmos, porque estos no han conducido más que a desastres. En nuestra querida Argentina, el panorama descrito se ha sentido sin ser cruento, pero en el orden general los hechos prueban que ha sido el acierto la resolución que ha presidido nuestra realidad. La independencia política que heredamos de nuestros mayores, hasta nuestros días no había sido efectivizada por la independencia económica que permitiera decir con verdad que constituimos una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana.

Por eso nosotros hemos luchando sin descanso para imponer la justicia social que suprimiera la miseria en medio de la abundancia; por eso hemos declarado y realizado la independencia económica que nos permitiera reconquistar lo perdido y crear una Argentina para los argentinos, y por eso nosotros vivimos velando para que la soberanía de la Patria sea inviolable e inviolada mientras haya un argentino que pueda oponer su pecho al avance de toda prepotencia extranjera, destinada a menguar el derecho que cada argentino tiene a decidir por sí dentro de las fronteras de su tierra.

Contra un mundo que haya fracasado, dejamos una doctrina justa y un programa de acción para ser cumplido por nuestra juventud. Esa será su responsabilidad ante la Historia.

Quiera Dios que ese juicio le sea favorable y que, al leer este mensaje de un humilde argentino que amó mucho a su Patria y trató de servirla honradamente, podáis, hermanos del 2000, lanzar vuestra mirada sobre la Gran Argentina que soñamos, por la cual vivimos, luchamos y sufrimos.

Juan Domingo Perón

274 lecturas

  1. no hay comentarios para esta noticia ...