El ex obispo de Santa Fe está acusado de abuso sexual, ahora vive en La Falda
El fallo se conocería antes de fin de año
Llegó al valle de Punilla en 2002 / Mantiene un bajísimo perfil. El pacto de silencio de los vecinos. Mientras espera la decisión judicial que probablemente antes de fin de año decidirá su futuro, un fantasma recorre La Falda.
Alto, erguido, corpulento, luciendo barba en candado y vistiendo bombachas camperas y alpargatas de carpincho, el fantasma es de carne y hueso y se llama Edgardo Gabriel Storni, 73 años, santafesino, de profesión obispo sin ejercer.
El fantasma aparece y desaparece, casi nunca se deja ver, elige con quién hablar y ante quién guardar silencio, y se niega cuando los periodistas le tocan el timbre en su casa. Sale poco, no tiene amigos en la ciudad, apenas si recibe visitas y otea los movimientos del barrio desde su estudio en un primer piso.
Tantas precauciones y tanta desconfianza tienen su razón de ser: monseñor Storni, ex obispo de la diócesis de Santa Fe, aguarda sentencia en los próximos días en una causa por presunto abuso sexual.
Los hechos supuestamente ocurrieron en 1994, cuando el obispo fue acusado de tres casos de abuso, y en la investigación ordenada por el Vaticano dieron su testimonio 47 seminaristas. El asunto se manejó con discreción y parecía sepultado, pero en 2002 los detalles aparecieron en el libro Nuestra Santa Madre, de Olga Wornat, intervino la Justicia y Storni renunció al obispado.
El caso fue uno de los más escandalosos que involucraron a hombres de la Iglesia en el país. Ahora, las idas y vueltas que tuvo la causa desde que fue elevada a juicio parecen a punto de terminar, y quizá antes de fin de año se dice el fallo. Mientras tanto, monseñor Storni, sin saber a ciencia cierta si aún va de la mano de Dios, hoy es un pálido fantasma que recorre las calles de La Falda.
¿Turista? Monseñor Storni llegó a La Falda en los últimos días de 2002. Cuando los vecinos empezaron a verlo, al principio creyeron que era uno de esos turistas que tienen casa en las sierras. Algunas veces se lo encontraban leyendo el diario en el café Van Gogh, frente al Automóvil Club; al mediodía se lo topaban en el banco, y por las tardes, a veces, lo veían caminando por la avenida Edén.
Era un hombre que llamaba la atención por un toque algo excéntrico: grandote, con barba, el pelo largo fijado con gel. Vestía camisas y bombachas y calzaba botas o alpargatas de carpincho. Estaba casi siempre solo y a veces, pero sólo de vez cuando, lo acompañaban dos hombres más jóvenes y una mujer.
De a poco los vecinos se acostumbraron a él, y el obispo empezó a tener rutinas y a mimetizarse. Carmen es la dueña de la despensa de Sarmiento 228, en el centro de la ciudad, donde Storni hace sus compras. "Es un señor muy correcto y respetuoso", dice. El obispo va al mercadito un día sí y otro no, y otras veces pasa un par de semanas sin ir. Llega con una bolsa de red y lleva un poco de pan, leche, o algún chocolate en los días más fríos.
La casa del obispo, en la calle Bellavista 161, queda a 150 metros de la iglesia del Santísimo Sacramento. Le falta pintura a la casa, tiene rejas al frente y un portón. La construcción es de dos plantas. Sobre la vereda, dos árboles enmarcan el frente. Los vecinos que la conocen dicen que tiene tres dormitorios, un estar vidriado que se ve desde la calle y un oratorio en el jardín del fondo. El estar, dicen también, es como el atalaya de monseñor: desde ahí mira quien llega, y decide si atender o no.
Lunes, 10.20 de la mañana. El sonido del portero eléctrico se escucha desde la calle silenciosa. El diálogo es breve y previsible:
–Monseñor Storni, por favor.
–¿Quién lo busca?
–Periodistas de La Voz del Interior.
–No está.
La voz, metálica, se interrumpe entre chirridos, y ya nadie volverá a atender a pesar de la insistencia. Tampoco los vecinos, juramentados en una especie de pacto de silencio, ni Mary, una chica que trabaja por horas en el vecindario y que va los lunes, miércoles y viernes a limpiar a la casa del obispo.
Un lugar seguro
La Falda, como otros tantos lugares de las sierras, tiene algo que atrae a quienes necesitan pasar inadvertidos. Hay ejemplos: en 1948 un grupo del FBI persiguió hasta el hotel Edén a un hipotético Adolf Hitler; en abril de 2004, cuando entraba a un cabaré, cayó Martín "el Oso" Peralta, jefe de la banda que secuestró a Axel Blumberg, y hace seis meses murió aquí François Chiappe, uno de los mayores traficantes de heroína del mundo, quien vivía en un chalé al pie del cerro Cuadrado.
Cuando Storni salió de Santa Fe en el momento en que arreciaban las denuncias sobre él, también eligió este lugar. Llegó, se instaló y una de las primeras cosas que hizo fue ir a la iglesia a saludar al padre Ramón. El párroco Ramón Sánchez Torres, tiene 74 años y está en la iglesia del Santísimo Sacramento desde 1970, y tiene un vago recuerdo de Storni. "Vino a saludar; fue la única vez que lo vi. Se presentó, charlamos un rato y no nos encontramos más".
–¿Usted le preguntó por qué había venido a La Falda?
–¿Para qué, si todo el mundo sabía?
Según el padre Ramón, Storni no tiene actividad pastoral en su parroquia, y ésa fue la condición que le puso el Episcopado para radicarse en la ciudad: que no ejerciera ningún ministerio. Pero hay versiones que han puesto en duda la obediencia del obispo.
La casa de retiros Betania está al otro lado de la ruta 38, y desde allí se tiene una vista magnífica de la ciudad. Aquí, dicen en La Falda, monseñor Storni ha dado misa ocasionalmente. No hay sacerdote en el lugar, y la única persona a cargo es Teresa, una mujer que vive en la residencia.
–¿Conoce a monseñor Storni? ¿Viene seguido por acá?
–Storni, Storni… Vienen tantos obispos que no me acuerdo.
–¿Sabe si ha dado misa en la casa alguna vez?
–Alguna vez puede ser, pero no estoy segura. Y ahora no hay nadie que se lo pueda confirmar.
Las versiones son incomprobables y quizá sólo se basen en sofismas: dicen que periódicamente llegan visitantes de Santa Fe a hacer sus retiros, y que Storni ha celebrado misa en alguna de esas ocasiones. Pero para el padre Ramón se trata de una confusión: "No, no. Yo también escuché ese rumor y lo investigué. La gente se confunde: el que ha dado esas misas es otro cura que anda por acá y se llama Ricardo. La gente lo confunde con Storni".
El hombre que espera
Monseñor Storni, dicen quienes lo conocieron en Santa Fe y volvieron a verlo en La Falda, ya no está gordo y ha adelgazado más de 20 kilos. Ya no le cabe el apodo de "El rosadito" que tenía cuando era obispo, y que sólo describía su aspecto saludable y sus maneras mórbidas.
Aunque haya renunciado al cargo, para el Derecho Canónico sigue siendo obispo, y lo único que espera, ahora, es que la Justicia santafesina decida en los próximos días qué va a ser de él. Su abogado es Eduardo Jauchen, un penalista que defendió al ex tesorero del Banco Nación, Mario Fendrich.
Para Jauchen, "no hay ninguna evidencia de que haya existido el hecho que se le imputa".
Aunque si su defendido fuese condenado, podrían caberle hasta 15 años de cárcel efectiva, que es lo que pidió el fiscal; según Jauchen el pronóstico es bueno. Si tiene razón, el obispo ya no debe temer la justicia de los hombres, y las cosas serán como las describió en la carta enviada desde Roma el 24 de setiembre de 2002, donde anunciaba a los sacerdotes santafesinos su renuncia: "En paz con mi conciencia, rechazo todo cargo sabiendo que nadie ni nada –ni mi misma conciencia– puede juzgarme. Mi juez es el Señor".
Puede ser. Sin embargo, refugiado en La Falda, monseñor Storni tal vez se pregunte todavía si allá arriba alguien no le habrá soltado la mano.
La Voz del Interior
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