Tres películas para dejar todo e ir al Berti: Misterios de Lisboa

Cineclub: 20 de junio, a las 18.00hs

Esta semana, como en todo el mes de julio, vamos con doble función. En primer término va la película de Ruiz. Misterios de Lisboa es una obra maestra, y dudo mucho que se pueda ir en contra de ese veredicto. Si bien su trama puede ser similar a la de cualquier culebrón televisivo (la orfandad es el tema), la sofisticación formal y excelencia narrativa del filme es apabullante.

En verdad, las famosas novelas televisivas suelen tener un trasfondo trágico, como si por detrás hubiera un gesto clásico pauperizado por una época alérgica a la literatura. Ruiz lo intuye, y así trastoca el material narrativo en algo sublime. La película, les recuerdo, va en dos funciones, pues esta versión para cine dura 4 horas y media. 

Luego vamos con la primera película de Hong a exhibirse en esta temporada: Un cuento de cine. La especialidad del mejor director coreano contemporáneo es evidente a lo largo de toda su carrera: el deseo y la relación entre hombres y mujeres. Sus películas son finas, inteligentes y curiosamente universales. Veremos 3 o 4 películas más durante el año. Confíen, sus películas son muy buenas. 

Y si me permiten algo más quisiera decirles: sugiero llegar a horario, porque Screen-Play, el cortometraje de Barry Purves es verdaderamente genial. 

Los esperamos. 

Misterios de Lisboa (primera parte), de Raoul Ruiz, Portugal-Francia, 2010

140’ / ATP

Hace tiempo que Raúl Ruiz descubrió qué hacer con la literatura en el cine: no se trata de adaptar novelas sino de habitarlas. No hay un mundo real, un mundo de ficción creado por el escritor y otro mundo –que eventualmente se parece al anterior– copiado por el cineasta. Para Ruiz esos tres mundos forman uno solo y una vez que se escribe una novela, sus personajes tienen la misma entidad que las figuras históricas o los seres vivos. El cine debe empezar por reconocerles ese estatuto de criaturas definitivas y ponerlos en acción para hacer lo mismo que alguna vez hicieron; o cualquier otra cosa. Así, sin pasar por el penoso esfuerzo de ser reinventados, los personajes flotan, imbuidos por la ligereza y la gracia que su eternidad les otorga. Basada en una novela portuguesa del siglo XIX, esta miniserie –reducida para el cine a las cuatro horas y media más entretenidas de la historia– tiene la audacia y el suspenso de las mejores telenovelas: su infinita concatenación de historias podría no detenerse nunca. El espectador podrá comprobar que su fabuloso protagonista, el Padre Dinis, existió siempre. (Quintín)

A las 20.30hs: Hong Sang-soo en foco

Un cuento de cine, de Hong Sang-soo, Corea del Sur, 2005

87’ / +13

Cortometraje: Screen Play (11’), de Barry Purves, Reino Unido, 1992

Hong Sang-soo, quizás el mejor director del llamado Nuevo Cine Coreano, junto con Lee Chang-dong (Poetry) y Bong Joon-ho (Crónica de un asesino), vuelve a insistir con la repetición (el método) y la diferencia (su objetivo), como sucedía en su gran film La virgen desnudada por sus pretendientes, y consigue aquí uno de sus trabajos más logrados, aunque una de las virtudes del film reside en ocultar sus méritos, algunos ostensibles y otros secretos. El director más afrancesado entre los coreanos construye un relato dividido en dos en el que su mirada sombría sobre los vínculos amorosos entre hombres y mujeres se entrecruza con un tema recurrente en su filmografía: la yuxtaposición y proximidad de lo real y la ficción, aquí como una película dentro de otra película. La transición entre una película y “lo real” es un prodigio de puesta en escena: primero se escucha, después, paulatinamente, se ve. La historia es breve, casi anecdótica: un joven estudiante en plenas vacaciones recibe dinero de su hermano mayor y en vez de ir de paseo con él decide caminar solo. Se encontrará con una ex novia, e insólitamente deciden morir juntos. Posteriormente, Tongsu, un director de cine, sale de ver un film de un amigo suyo, a quien se le dedica una retrospectiva, quizás porque está a punto de morir. Es posible que el relato esté inspirado en episodios de su vida, cree y confiesa. Tongsu conocerá a la actriz del film, y la invitará a “repetir” una experiencia y a “visitar” locaciones de la película. Es en Un cuento de cine en donde Hong empezó a utilizar el zoom como su modo preferencial de encuadrar en un mismo registro y denotar en el acercamiento repentino cambios en el discurso de sus intérpretes, evitando así el plano-contraplano característico en el registro de la interacción verbal. La voz en off es otra novedad: como en sus películas futuras, le corresponderá generalmente a un personaje masculino. Su sentido del tiempo de las escenas es formidable y la comprensión topológica de una ciudad como un espacio en el que se habita resulta admirable. Su poca propensión a sacralizar el sexo no lo convierte en un moralista sino en un sociólogo lúcido de la intimidad: los placeres de la carne, si bien existen y son gloriosos, no son tan frecuentes entre quienes se acuestan e intentan gozar. El inesperado cierre funciona como una paradoja misteriosa y maldita a propósito de una confrontación impía entre quienes pueden vivir y no quieren y quienes quieren vivir y no pueden, insensatez de esa criatura denominada hombre.

(Roger Koza)


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