A propósito de los medios y el gobierno

Ernesto Ponasati, Director Hoy día Córdoba

Los recientes ataques a medios de prensa y periodistas personalmente identificados por parte de las más altas autoridades nacionales abren un peligroso paréntesis en la vigencia de la democracia argentina.

La vocación por el conflicto constante de la que da muestras el Gobierno sin que nadie se dé cuenta de para qué, lo ha llevado ahora a extremar sus ataques a la prensa. Es cierto que se lo ve enfrentado a un sector del periodismo, pero de todos modos la ausencia de diferenciaciones y la incongruencia de los mensajes brindados por un grupo de colaboradores proclive a salirse de tono, provocan que el concierto caiga en el desconcierto, y que esta sensación inquietante se traslade a la sociedad.

La primera manifestación fuerte vino con el discurso de la senadora Cristina Fernández de Kirchner en ocasión del debate sobre los mecanismos de control que debe –o debiera- haber sobre los decretos de necesidad y urgencia, recurso extraordinario que la práctica del Gobierno convierte en peligrosamente rutinario. La legisladora, esgrimiendo papeles y recortes, se extendió en una feroz crítica contra el diario La Nación, medio que, se sabe, no comulga con la mayoría de las políticas impulsadas por Mr. K. Y así se lo hace conocer a sus lectores, que no son pocos.

Sobre el manejo de los medios de difusión ese mismo día tuvimos una pequeña y ejemplar lección. Rompiendo su programación habitual, el oficial Canal 7 transmitió en directo, sin cortes publicitarios, la intervención de la primera dama en el Senado. Según Néstor Piccone, veterano periodista que hoy milita en las filas de Luis D’Elía y al parecer responsable último de la alteración de la pauta del canal estatal, la decisión se debió a la principalísima importancia que tenía el debate sobre un tema crucial para la definición de la democracia argentina: era preciso que el pueblo supiera de qué se trata. Hasta ahí estamos de acuerdo, pero lo que nos sume en el desconcierto es que la transmisión se agotara no bien terminara de hablar la senadora Fernández, hecho que nos dejó sin saber qué argumentó –en contra, por supuesto- el también senador (radical independiente) Rodolfo Terragno, que, dicen, le recordó a la senadora que antes, cuando su marido y compañía no estaban en el gobierno, había tenido posiciones contrarias a las expuestas esa tarde en el recinto. Bueno, eso de que nos desconcierta la agachada de Canal 7 es un eufemismo; en todo caso, nos lleva a ratificar el aserto popular de que en todos lados se cuecen habas.

Para volver al caso del periodismo, quien hizo la siguiente embestida fue el Presidente. Y en este caso omitió la identificación de un medio en particular y prefirió cargar contra los periodistas en general y prácticamente los envió a que vuelvan a aprender las primeras letras. Cosa que no parece demasiado aventurada, a juzgar por las sandeces que diariamente nos brinda la televisión, que, como se sabe, es el medio más perversamente invasor del peligroso arsenal que manejamos los hombres de prensa. El problema radica en el origen de la crítica presidencial, evidentemente ubicado en el descontento del jefe del Estado por las críticas de algunos diarios, que nada tienen de superficiales sino que van al punto en cuestiones que realmente merecen la atención de la sociedad. Con esa actitud se desvirtúa el posible valor de los cuestionamientos presidenciales, que son seguidos como un múltiple eco por funcionarios prestos a hacer ver que ellos están al lado, y quizás adelante que Mr. K.

Pero no todo fue diatriba en las expresiones del Presidente, porque en algún momento hizo referencia a la concentración creciente que se observa en la propiedad de los principales medios de comunicación y que, todos sabemos, abre camino a una dictadura sutil pero abrumadora y capaz de corroer los cimientos de la democracia. Si se sigue tendiendo, como en la actualidad, a la formación de oligopolios, puede quedar reducida a un círculo estrecho de personas la capacidad de conducir y condicionar la opinión de todo un pueblo, para el caso del argentino. En alguna oportunidad, hace unos diez años, comparé esa posibilidad –ya visible para los que vivimos de leer y observar diarios, revistas y medios electrónicos- con la novela 1984, de George Orwell. Este inglés, antiestalinista militante, supuso que el “hermano mayor”, el big brother que nos tiranizaría sería un producto de los excesos del Estado. Hoy vemos que no es así, y que es el establishment empresarial, aliado o propietario de medios -como el italiano Berlusconi- y supuesto defensor de libertades ligadas al comercio, las finanzas y otros emprendimientos privados, el que aprieta, esta vez nada sutilmente, las tenazas de la dictadura mediática.


Y si la Argentina está envuelta sin remedio en esa red fatal, buena parte de la responsabilidad le corresponde al Gobierno, que parece haber renunciado a tomar la iniciativa en esta espinosa cuestión y permite que siga en vigencia la Ley de Radiodifusión heredada de la dictadura y con el “perfeccionamiento” de la administración menemista, en los años de pizza y champagne. Ese instrumento fue ideado para generar grandes pulpos de las comunicaciones, en un principio con fuertes restricciones a los grupos extranjeros; después, Domingo Cavallo, siendo ministro de Carlos Menem, lo abrió al capital externo, en particular al estadounidense, en una suerte de compensación asimétrica: si ellos podían comprar medios allí, nosotros podríamos hacernos cargo de The Washington Post, de la CNN, etcétera.

Quienes se preocupan por la calidad de nuestra democracia han reclamado vanamente en estos últimos tres años, en la conciencia de que los medios independientes mejoran sustancialmente la posibilidad de controlar los excesos del poder, sea éste político, económico, corporativo o de cualquier otro origen. Pero ha sido el Gobierno el que ha ignorado esos reclamos, y según sus críticos lo ha hecho porque antes ha pactado con los principales medios, claro que después de haber arreglado con un sector de los factores del poder económico. Sea correcta o no esa visión, si ahora el Gobierno quiere cambiar el orden de las cosas encontrará que no le queda más remedio que empezar por la Ley de Radiodifusión, y desde luego provocar las reformas indispensables para que florezcan más medios, y para que éstos sean tan independientes que se sientan comprometidos sólo con sus lectores y los intereses de la sociedad. Claro que más de uno de esos medios encontrará motivos para criticar a este u otro gobierno. Y será bueno para todos que así lo haga aunque le arruine la digestión a Mr. K.
Ernesto Ponasati
(*) Director Hoy día Córdoba


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