Cineclub: La vieja alegría, de Kelly Reichardt, EE. UU., 2006

Cortometraje: Cómo construir un barco, de Susana Barriga, Cuba, 2007

Esta delicada meditación sobre la amistad, el destino de los hijos de la generación Power Flower y la irreversibilidad del tiempo consiste en una especie de road movie naturalista que por momentos puede confundirse con una versión neohippie de Secreto en la montaña

(o también, como irónicamente lo expresara el crítico Scott Foundas, con una especie de Entre copas en donde la granola va en reemplazo del vino). Como sea, se trata del reencuentro de dos amigos (uno casado y aparentemente feliz, el otro soltero y psíquicamente desequilibrado) y del viaje que emprenden por los bosques de Oregon. La sensibilidad de Reichardt se expresa en la puesta en escena: los sonidos de la naturaleza y los planos abiertos se van imponiendo sobre el universo cerrado de sus personajes. Los últimos 20 minutos funcionan como una relajación integral tanto para los dos amigos como para quienes son testigos de este ejercicio afectivo por el que dos almas alguna vez cercanas van reconstituyendo aquello que las unía.

Pocas películas indagan sobre la amistad de los hombres y entre hombres. La vieja alegría no solamente deja constancia acerca de un tipo de vínculo masculino desmarcado de la seducción y de la represión sexual, sino que en su tono intimista asoma y se percibe el ruido de la Historia y las decepciones de pretéritos proyectos utópicos diluidos en un sospechoso bienestar del mero presente. Los últimos minutos del film condesan el desamparo de una generación. Son planos tan tristes como necesarios. (Roger Koza)

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