El lado oscuro del periodismo político

El camino a la verdad está lleno de obstáculos que no siempre es factible sortear

Con su libro «Noticias del poder», que aborda las complejas relaciones entre el periodismo y el poder político, el periodista Jorge Halperín

ilustra el proceso de construcción de una noticia y las estrategias para fijar una agenda, a la vez que desmonta el mito del espectador pasivo frente al discurso de los medios.

El camino a la verdad está lleno de obstáculos que no siempre es factible sortear, menos aún cuando se trata de desentrañar los fundamentos de una materia tan espinosa como el poder: ¿cuál es la instancia más próxima a la verdad a la que puede aspirar un periodista político? ¿qué tipo de relación establecen los políticos y quienes asumen el compromiso de informar?
A partir de ése y otros interrogantes, el autor de obras como «La entrevista periodística» o «La siesta inolvidable» plantea un recorrido por los claroscuros del periodismo político que se enriquece con entrevistas a emblemas del género como Oscar Raúl Cardoso, Eduardo Aliverti, Daniel Santoro, Mario Wainfeld o José María Pasquini Durán.

«Noticias del poder», editado por el sello Aguilar, no es decididamente una obra pedagógica ni un ensayo, y tal vez sus mejores aportes provengan de la habilidad para trazar un escenario certero sobre la articulación entre medios, política y sociedad sin forzar definiciones concluyentes sobre la cuestión.

«Una enorme proporción de lo que pensamos del mundo público proviene del trabajo de mediación que realizan los periodistas y los medios», destacó Halperín en una entrevista, en la que también aseguró que «a veces informar bien significa ir en contra de la opinión que se formó la ciudadanía».
¿Cuáles son los mayores desafíos del periodismo político?
Hay un problema común a los periodistas de toda especialidad, que es la necesidad de encontrar información confiable y relevante, y contarla en forma rigurosa. En el caso del periodismo político los problemas son dramáticos porque se trata, nada más ni nada menos, que de informar mayoritariamente sobre el poder, un objeto de investigación muy mañoso que construye su propio relato para dominar y crear consenso.

La presencia del periodista tratando de sacar información y de hacerla pública le plantea una encrucijada al poder: o es una herramienta a su servicio, o bien se convierte en una competencia. Muchas veces se da una disputa entre la política y el periodismo para ver cuál es la versión que va a prevalecer en la opinión pública.

En esa línea, hay una cantidad de operaciones que realiza el poder para imponer su versión, desde instalar agenda, sugerir pistas sobre un conflicto, silenciar o inducir al periodista para limar su capacidad crítica y su independencia hasta llegar a situaciones extremas como el soborno. Por eso, conseguir información confiable y contarla de manera rigurosa es un gran desafío plagado de riesgos.

La política y el periodismo aparecen en disputa permanente por un espacio de poder. Frente a este escenario, se podría pensar que la sociedad queda atrapada entre dos fuegos...

Por supuesto que es así en tanto el periodismo también construye opciones de poder y a veces opera desestabilizando, como se cuenta en el libro acerca del derrocamiento de Arturo Illia por boca de alguno de los periodistas que participaron en la operación, como lo reconoce Tomás Eloy Martínez. También opera en esa dirección lo que pasó con (Fernando) De la Rúa, cuando los medios instalaron la imagen de su torpeza.

Los medios ayudan a desestabilizar gobiernos: no pueden derrocarlos pero sí reforzar tendencias. El ciudadano muchas veces está atrapado entre los medios y el poder, pero otras logra presionar sobre los dos. Así ocurrió tras la pifiada del diario El País de España, cuando «compró» la versión del entonces presidente Carlos Aznar sobre la responsabilidad de la ETA en los atentados ocurridos el 11 de marzo en Madrid.

Tras ese episodio, se empezaron a organizar colectivos de ciudadanos a través de celulares y la web que presionaron sobre los medios para que dijeran la verdad.

Lo novedoso del libro es que desmitifica la vieja teoría de la aguja hipodérmica y le asigna al ciudadano un rol activo frente al discurso de los medios...

El ciudadano no es para nada pasivo. A veces incluso no es pasivo en tanto no quiere escuchar ciertas cosas. Eso pasó durante el gobierno de (Carlos) Menem, cuando se denunciaron cosas graves que estaban pasando durante la campaña de reelección -la desocupación, la corrupción- aunque colectivamente los ciudadanos consideraron que Menem garantizaba la permanencia de una burbuja de prosperidad y al final lo reeligieron. Las tapas de los diarios están protagonizadas todavía por el periodismo político, a partir de titulares que luego recogen la radio y la televisión, de manera que como ciudadanos todos estamos cruzados por el periodismo político. Aunque la mayoría no lea estrictamente la sección política de un diario, esta lógica permea todo y define nuestras conversaciones y las hipótesis que nos hacemos sobre qué pasa en el gobierno y qué pasa en el poder. Además hay otra cosa: el ciudadano para poder ejercer plenamente su condición como tal, necesita saber lo que sucede en la esfera política. Y ahí los medios tienen un rol crucial: por lo tanto, en donde el poder consiga su propósito de desviar la información o de instalar su propio relato y los medios pierdan su capacidad crítica, estamos en problemas como ciudadanos.
Fuente La Mañana de Córdoba

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